Estaba doña Pura atando al pescuezo de su nieto la servilleta de tres semanas, cuando entró Villaamil a comer el postre. Su cara tomaba expresión de ferocidad sanguinaria en las ocasiones aflictivas, y aquel bendito, incapaz de matar una mosca, cuando le amargaba una pesadumbre parecía tener entre los dientes carne humana cruda, sazonada con acíbar en vez de sal. Sólo con mirarle comprendió doña Pura que la carta había venido In albis. El infeliz hombre empezó a quitar maquinalmente las cáscaras a dos nueces resecas que en el plato tenía. Su cuñada y su hija le miraban también leyendo en su cara de tigre caduco y veterano la pena que interiormente le devoraba. Por poner una nota alegre en cuadro tan triste, Abelarda soltó esta frase: -Ha dicho Ponce que la ovación de esta noche será para la Pellegrini. -Me parece una injusticia -afirmó doña Pura con sus cinco sentidos- que se quiera humillar a la Scolpi Rolla, que canta su parte de Amneris muy a conciencia. Verdad que sus éxitos los debe más al buen palmito y a que enseña las piernas. Pero la Pellegrini con tantos humos no es ninguna cosa del otro jueves. -Calla mujer -indicó Milagros doctoralmente-. Mira que la otra noche dijo el fuggi, fuggi, tu sei perdutto como no lo hemos oído desde los tiempos de Rossina Penco. No tiene más si no que bracea demasiado, y, francamente, la ópera es para cantar bien, no para hacer gestos.